La sociedad actual está llena de contrastes entre lo que llamamos “primer y tercer mundo”. Derroche y pobreza, longevidad y enfermedades, festejos y guerras, libertad y esclavitud, depresión y felicidad.
Vivimos
en una sociedad depresiva, cada vez más y más personas sufren la llamada ‘’depresión’’,
un síndrome caracterizado por una tristeza profunda según la RAE.
En
pleno apogeo tecnológico y con más medios que nunca, capaces de dominar la
naturaleza y con un gran porvenir,
también hemos desarrollado este síndrome, la tristeza profunda.
Sin
embargo, en el ‘’tercer mundo’’ no se da este fenómeno. Es irónico que los que
sufren guerras, pobreza, hambruna, esclavitud, hambre, enfermedades, secuestros…
los que trabajan desde los 6 o 7 años, durante innumerables horas por un
salario mínimo, aquellos cuya tecnología es únicamente los útiles que puedan
fabricarse con sus propias manos no padezcan de este fenómeno. Es cierto que
sufren, de hecho es innegable, pero también, todas las personas que han ido a
algún país de estas características cuentan con sorpresa lo felices que pueden
llegar a ser a pesar de las dificultades. Nosotros con, quizá demasiadas
facilidades, estamos hastiados de la vida; probablemente debido a unos
objetivos a lograr impuestos por la sociedad y relativamente fáciles de
conseguir (estudios, trabajo, familia etc)
La
tecnología facilita la existencia, pero quizá demasiado, le quita su salsa. Nos
enseña a conseguir las cosas con un simple chasquido de dedos y hace que
perdamos el sentido de la vida ya que no necesitamos esforzarnos por casi nada y
perdemos la ilusión de vivir para lograr nuestras metas.
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