El ser humano desde
tiempos antiguos ha sido criticado (por otros humanos) por la gran hipocresía
que se reflejan en sus actos, en relación con sus palabras. Somos los únicos
seres capaces de hablar, de comunicarnos de una manera clara y precisa, con un
vocabulario extenso. Del mismo modo, somos los únicos capaces de mentir, de
utilizar ese gran don de la comunicación de una manera egoísta, algo que muchos
hacemos diariamente. En la introducción de su libro “El hombre y la tecnología”,
Alfonso Gago nos dice que en la sociedad actual, dominada por las altas
tecnologías de la información, la figura mitológica que identifica al hombre,
es Narciso. El individualismo extremo, y la búsqueda eterna del placer
existente en el hedonismo, es la que caracteriza a nuestra generación, además
de la permanente hipocresía, la cual va en aumento. La solidaridad, ahora que
es cuando más es reclamada, cuando más podemos ayudar con menos esfuerzo, se evapora
ante nosotros al verse expuesto al hedonismo humano. Los placeres propios, por
mínimos que sean, se anteponen a la posibilidad de ayudar a otros.
Resulta curioso que en
tiempos primitivos, cuando las primeras comunidades de humanos habían surgido,
la solidaridad y la preocupación de todos con todos era mucho mayor que ahora,
y en muchos casos más efectiva, aún teniendo nosotros muchos más recursos. La búsqueda
de la propiedad privada, el ansia por la acumulación de riquezas y el poder,
fueron los factores que corrumpieron al hombre antiguo.
En la actualidad, aún
viviendo todos en comunidad, y dependiendo todos del trabajo diario de los demás
a causa del comercio y el movimiento del dinero, los actos desinteresados se
vuelven meros mitos de tiempos pasados, y el total individualismo presente en
las ciudades camuflada por las bien cuidadas imágenes de los ciudadanos, hacen
pensar que solo hemos avanzado en el ámbito tecnológico, degenerando en dicho
proceso, nuestra parte ética y moral.
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