El
ser humano por su propia naturaleza es
capaz de preguntarse acerca de todo lo
que le rodea e incluso de aquello que ocurre en su interior, a todos los
niveles. Así aparecen tanto la filosofía, que reside en el hecho mismo de cuestionar
constantemente, como el estudio de las
ciencias y por ello, su consiguiente avance. De aquí podemos extraer también la
aparición de la tecnología y el desarrollo técnico; basándonos en la
consecución de estos avances. De esta manera, entendemos que nuestra capacidad
de reflexión y pensamiento es responsable indirecta de que desarrollemos, entre
otras materias, la tecnología.
Sin
embargo, no somos únicamente seres reflexivos. De hecho, somos muy capaces de ser
indiferentes, mostrándonos distantes ante la reflexión, lo que puede suponer
que nuestros pensamientos, que no podemos evitar tener, sean quizás insulsos.
Realmente se da de manera asidua y común nuestra indiferencia, pues es fácil
localizarla, sobretodo en un mundo tan globalizado y bien comunicado como es el
nuestro; tan tecnológico. De hecho, el mayor ejemplo de indiferencia se podría
encontrar en el avance técnico-tecnológico en la sociedad actual.
En
nuestro mundo la tecnología a todos parece anónima. Así, resulta inocente de
todo juicio, sin que nadie se preocupe de hacia a dónde apunta o quién la
apunta, dentro de un supuesto anonimato. A pesar de ello, podríamos ponerle
cualquier nombre perteneciente a una multinacional. El avance técnico requiere
de una gran inversión de capital, del que solo estas empresas pueden disponer.
Por añadido, estas mismas necesitan de avances para mejorar su beneficio y competitividad. Aún así, seguimos
observando una tecnología anónima, en una indiferencia por cuestionarnos su
veracidad.
Esto
se explica porque es fácil atenerse a lo que siempre ha sido. En esta línea, el
avance técnico ha sido históricamente casual, anónimo. Desde nuestros orígenes,
los humanos hemos estado desarrollando la tecnología y normalmente de manera
accidental. Siendo esto así, nos hemos basado en nuestra capacidad técnica para
conseguir superioridad y con ello supervivencia biológica. Así, hemos usado
nuestra técnica, primero, para ponernos por encima del resto del mundo animal,
en un alarde de distinción
antropológica. Como concreción, sirve con ver el status que ha alcanzado
la especie humana. Después, en segundo lugar, hemos usado nuestra tecnología
más refinada, para dominar a nuestros propios congéneres.
La
tecnología resulta un instrumento
poderoso. Por ello se desarrolla y es monopolizada. En nuestros días, la
tecnología ha dejado atrás su anonimato por haber perdido la inocencia. Es
culpable de generar desigualdad y únicamente porque el egoísmo hedonista
característico de nuestra reciente civilización la guía, igual que guía a las
grandes empresas.
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