sábado, 12 de noviembre de 2011


      UNA DISERTACIÓN A MEDIO ACABAR

Morir, vivir. ¿Cuanto pagarían por conseguir cualquiera de estos dos placeres, tan lejos, pero a la vez tan al alcance de cualquiera de nosotros? Hagan sus apuestas.
Normalmente, cuando a una persona le preguntan por la muerte, suele empezar diciendo:
-No se que es la muerte, no la he vivido pero si tuviese que definir la muerte, diría que es el principio de todo, o el final de nada, pienso yo.

Esta seria la respuesta que más del 90 por ciento de nosotros nos atreveríamos a decir intentando parecer tan filósofos como pensamos. Demasiadas, películas hemos visto.
Las personas que han visto a alguien morir, se limitan a hablar de lo simple que es, lo fácil y repentino que es, así como el vacío que queda, tras el final. Y ya sin hablar de la cantidad de personas, que dicen:
-         Allí arriba estará mejor, ya esta descansando.

Pero, ¿Nosotros por que comentamos, opinamos, e incluso afirmamos con certeza enciclopédica lo que ocurre? Para entender la muerte, hay que haber vivido, con la misma fuerza, rapidez e impulsividad que aseguramos, se va nuestro queridísimo difunto, “allí arriba”, con quien tenga que irse.

Para saber lo que es la muerte, hay que, al menos, haber entablado conversación con ella durante unos 10-15 minutos, y para eso, lo siento, pero hay que estar loco. Y estar loco no significa hacer las cosas sin pensar, y jugarse la vida en el desconocimiento; no, hay que ser consciente de lo que se hace, y, una vez consciente, lanzarse al vacío, acelerar, cerrar los ojos, y dejar que ella, la gran temida, tome la palabra. A eso de la mitad de la conversación, sabrás donde trabaja, que sus clientes son un tanto fríos, y que no resulta reconfortante, irse de tu lugar de trabajo, y que tantísima gente se quede tan descontenta como se queda. Tu, impresionado, te llenaras de incertidumbre, nerviosismo e inseguridad, y comenzaras a hacerle preguntas comprometedoras, cuya respuesta conocen aquellos que ya se fueron con ella. Y entonces, sin temor alguno, tú le preguntaras:

-         Oye, ¿Y que he de hacer, para no volverte a ver en un buen puñado de años? ¿Temerte? ¿Serte infiel? ¿No respetarte? O…espera, espera, ya lo tengo, ¡suplicarte todas las noches que vengas al día siguiente! ¿Es eso?

Pero ella, tan silenciosa, misteriosa, y resbaladiza como siempre, se quedara callada, truncando todas tus ideas, hipótesis y opiniones. Y mientras esboza una sonrisa entre la ironía, y el sarcasmo, te dirá:

-         Vámonos, esta anocheciendo, se hace tarde.

Y claro, tu, como no sabes que hacer, le haces caso, vaya a ser que decida bailar contigo esa noche, la mejor canción que tienes en tu repertorio. Levantas tu mano, llamas al camarero, giras la cabeza, le haces un gesto de muñeca emulando una firma para que sepa que quieres, y cuando vuelves el cuello, ella, se ha ido. Tal y como se fue tu abuela, el primo de tu madre, tu mejor amigo, o tu perro. Y allí estas tu, pagando otra vez el café de otro, con tu disertación a medio terminar, como siempre, y pensando:

       -¿Joder, es la muerte, que quiero, conocerla a fondo? Eres una pobre ilusa.




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