La muerte siempre ha sido objeto de profundas reflexiones filosóficas, religiosas y, actualmente, científicas; sin embargo en las sociedades postindustriales es difícil aceptar su mera idea, de modo que las actitudes hacia ella han sufrido una evolución desadaptativa, retrocediendo de la mano del "progreso" de las actitudes saludables del afrontamiento y la aceptación, a las prefóbicas del sinvivir por su temor y a las fóbicas de su negación.
Podemos diferenciar en Occidente dos momentos en la vivencia de la muerte: uno previo a su
institucionalización hospitalaria, en el que es aceptada como parte natural de la existencia y otro, desde que el Hospital pasa a ser la Institución reservada para morir, traduciéndo-
se en un cambio radical en la consciencia e información sobre la propia muerte.
Estos cambios también han alcanzado al personal sanitario generándole muchas veces actitu-
des distorsionadas tales como no querer nombrar a la muerte o a las patologías "que las atraen", no mirar cara a cara al enfermo terminal, incongruencias y disonancias entre la comunicación verbal y la no verbal y aumento de la atención tecnológica en detrimento de la empático afectiva, con el riesgo del encarnizamiento terapéutico, empeorándose las condiciones de la muerte.
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